Requiem para un tornillo
El señor de la cabeza de pupitre con pestañas de ventilador
escucha aletargado el sonido
del violín que tiene la pierna izquierda entorchada en la silla.
Un escenario cóncavo resuena desde la trompa
de un corno.
La señora que tiene por mano una sandalia
se seca el sudor con la suela cuidada en zapatería
de lujo.
Una catarata
tonal se desparrama por la sala ahogando a todos.
Con la respiración contenida el hombre que tiene un solo ojo
que no es ojo sino una ventana
con paisajes que cambian velozmente
se agarra fuertemente a su asiento
como sujetándose a la tierra
tras la embestida de los sentidos sin misericordia.
El señor que tiene por torso un almanaque
se acomoda los días con descuido
mira de reojo a la dama que tiene ojos de brisa escapada
en una tarde nublada y acogedora, mientras
una flauta salta traviesa
acompañada de oboes
carceleros.
El director blande su batuta
como un ser invisible,
es inasible y gracioso y no se le ve
la sonrisa cada vez que se pierde y no se ve.
La anciana que tiene cucarachas pintadas de vino tinto
como cabello
cabecea trotando sobre un sueño
lo recorre gustosa
sin alterar la atmósfera.
La música hecha humo despliega fragmentos
de codos batientes surtidos en espejismos de collares
se expanden en cantos de campanas diminutas
de tintineo previos al retumbo de los timbales
y los vientos
que aturden y sobrecogen
de victoria al niño que escucha por la nariz y degusta las notas:
Un montón de golosinas se muestran alegres en el aire
Para su felicidad.
Hasta que torna el oboe misterioso y le roba luz al color
y nos zambulle certeros en la nostalgia.
La señora con zarcillos de agua potable
llora como un manantial erigido en la prehistoria
al tiempo que aplaude desvanecida en la ovación.
El caballero de los labios de lápices
anota cinco frases al unísono
mientras la batuta entra y sale
sale y entra.
amparada por un volcán de aplausos calurosos
que se ofrecen sin fatiga.
Vienen los besos y los abrazos
De la mirada sin retorno
del lado de allá.
Las avenidas se vuelven a mostrar radiantes
en los faros lustrosos de los autos.
Todo se quedó aquí dentro
un poco de santidad nos acompaña
cuando salimos, solares
al velorio del tornillo.
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