La conocí una tarde
Apareció su voz un sábado por la tarde, oculta entre las
gentes que hablaban de poesías y amores rotos o de
revoluciones sin cumplir y deseos de irse de la tierra.
Resbalé hasta sus labios con la delicadeza de un bisonte y allí
me detuve siglos, escuchándola juntar palabras que algunos
llaman versos pero que reconozco, no son más que
nostalgias cíclicas, pasajeras.
Me entregaba lo que era por piezas, lanzaba las vocales a mis
pies y las consonantes a mi pecho. pedía, gritaba; dale un
nombre a lo que está en mi cabeza, lame el flujo que emana de
mis entrañas y abre mis piernas, llénalas de promesas vacías y
gritos armónicos. Y eso hice, una noche y las siguientes.
También los días y las semanas sirvieron para seguir la orden,
y pude pasar la eternidad enroscado en sus muslos y en sus
senos multicolores, espléndidos como la última tarde de un
verano, pero no pude más. Me detuve frente a ella y le confesé
que había juntado las piezas y aquel código sólo conjuraba
caminos polares. Sin futuro, sin destino que cumplir o al cual
llevarle velas de pueblo para pedirle clemencia o una
segunda oportunidad.
Esa noche, o ese día, o los meses en que descubrí el enigma, me
separé de mi mismo y la abandoné para siempre. Ella volvió al
vientre puro de las estrellas y mis ojos no conocieron ya más,
cualquier cosa cercana a la alegría.
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